¿Cuántas personas a su alrededor son estúpidas? Si usted lo piensa con calma podrían ser pocas, quizás algunas o incluso, con algo de misantropía, todas. Y eso depende de lo que se haga: si su trabajo es solitario, las opciones disminuyen, en tanto si trabaja en una oficina con horarios fijos y tareas establecidas las posibilidades aumentan, desde su jefe o el mensajero o su compañero pueden ser etiquetados con la molesta y secreta categoría.
Los debates sobre este tema han tenido tanto de largo como de ancho. Hace unas semanas el sociólogo Jorge Hernán Arbeláez desarrolló un análisis con cuatro fenómenos actuales (política, religión, nuevas sensibilidades y la academia), en busca de aclarar dudas sobre este tema. El título del estudio es “La estupidez como fenómeno sociológico y su relación con cuatro fenómenos contemporáneos”.
Para eso, acogió la tesis del filósofo italiano Carlo Maria Cipolla y su ingenioso panfleto de 1988, titulado Allegro Ma non Troppo (Alegre, pero no demasiado). En el que concluye que los estúpidos son más poderosos que la mafia o los militares. La razón es sencilla: no están organizados, no tienen una cabeza visible y no hay un manifiesto en el que cuenten qué hacen o por quién votaron para presidente. Sin embargo, su incidencia en la vida de todos es notoria, al punto que es la persona más peligrosa que pueda existir.
La primera aclaración que hace Arbeláez es que la estupidez no tiene nada qué ver con el género, sino que son factores culturales como la familia, el barrio donde creció o el colegio en el que estudió (y aprendió ciertas mañas) los que inciden en esta variable, “hay tanta variedad entre roles de género como entre individuos y si bien en los hombres tienen mayor desarrollo las habilidades lógico-racionales, el desempeño intelectual de uno u otro sexo está relacionado con variables de tipo cultural”.
En relación con las profesiones sucede algo similar, “uno pensaría, de acuerdo con el sentido común que hay más estúpidos entre los estibadores que entre los físicos teóricos, pero no es así”, explica Arbeláez, pues las posibilidades de cometer acciones estúpidas siempre están presentes y la necedad se disfraza muy bien detrás de una bata blanca o de la erudición de maestros y estudiantes. Pues según las leyes de Cipolla, una persona es estúpida si causa daño a otras sin algún tipo de ganancia, o si se hace daño a sí misma en el proceso. Los cientos de científicos involucrados en proyectos de armas nucleares o que proveen de explicaciones a quién se dedica a la guerra no son menos estúpidos que quienes les ordenan proseguir en sus investigaciones.
Para Arbeláez la estupidez se concreta en la devoción a la autoridad y el miedo de los ciudadanos a pensar de manera autónoma, esperando encontrar figuras mesiánicas que piensen por ellos.
Así, fue tan estúpido el presidente Harry Truman en su orden de lanzar la bomba atómica a Hiroshima, como el teniente Paul Tibbets, quien piloteaba el avión que lanzó el Little Boy.
Arbeláez asegura que queda por explorar cuándo una sociedad es inviable o “fracasada” por las decisiones equivocadas de quienes están el poder. Ejemplos como la persecución exitosa de narcotraficantes mientras que los delitos de mayor impacto aumentaban, el recordado parlamentario que propuso secar el río Magdalena y construir una carretera sobre él para hacer la gran vía del país, o la orden de responder a las protestas mediante la fuerza física son evidencia de que la política es el nicho natural de la estupidez. “La razón es que sus decisiones tienen mayor impacto”, agrega Arbeláez.
Un tema importante es el ego de quienes tienen el poder, algunos superponen el interés individual y la ética por sus ambiciones o caprichos. Un buen ejemplo fue el final de Hitler, pues ante la irremediable derrota en la guerra prefirió matarse antes que ver las consecuencias de su ego, y el fin de éste. O los gobiernos totalitarios, tanto de izquierda como de derecha, “el hombre contemporáneo tiene miedo a la libertad y ama las cadenas”.
Finalmente, las sensibilidades de la “Nueva Era” hacen que las personas no asuman la responsabilidad de su vida y dejen todo al destino, lo que es para Arbeláez otra forma de estupidez, “por ejemplo, quienes creen que la Tierra es cóncava, hueca, y que en su interior habita una superraza de hombres”. La frase de Albert Einstein cae como anillo al dedo: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana”.
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