Mark Lyte, de la Universidad Tecnológica de Texas (EE UU), ha demostrado que tras ingerir pequeñas dosis de Campylobacter jejuni, una de las bacterias que producen más intoxicaciones alimentarias en todo el mundo, aumentan los niveles de ansiedad a nivel cerebral. A esto se añade que ciertas bacterias gastrointestinales que colonizan el intestino delgado justo después de nacer, y nos acompañan luego durante toda la vida, incrementan la ansiedad y el miedo, así como la sensibilidad al estrés, tal y como ha probado Jane Foster, de la Universidad McMaster (Canadá).
Todo lo contrario sucede con Mycobacterium vaccae, un microbio inofensivo que vive en el suelo y que inhalamos cuando damos un paseo por el campo, nos tumbamos en el césped, jugamos en el parque o arreglamos las plantas del jardín. Según un reciente estudio publicado en la revista Neuroscience, este microbio estimula a las neuronas de la corteza prefrontal del cerebro humano para que liberen serotonina, el neurotransmisor de la felicidad y el bienestar, lo que nos pone de muy buen humor y contrarresta el miedo y la ansiedad.
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