domingo, 1 de septiembre de 2013

El Plan Z: la mentira que ensangrentó a Chile

El miedo y la ambición son dos de las mas poderosas motivaciones humanas. En Chile ambas se combinaron en el Plan Z. La ambición de poder de unos y el miedo de otros fueron explotados hasta sus límites. Su efecto fue tan letal como un arma de destrucción masiva. Los crímenes resultantes del engaño, urdido por oscuros personajes, marcará por siempre la historia del país.
Apenas tomado el poder Junta Militar del Gobierno chilena enfrentó una avalancha de críticas internacionales. El golpe de estado fue precipitado en momentos que el Presidente Salvador Allende se aprestaba a llamar a un plebiscito sobre la continuidad de su gobierno. Las imágenes de La Moneda ardiendo y las redadas de arrestos masivos daban la vuelta al mundo. Era necesario “justificar lo injustificable”, como diría mas tarde el Presidente Patricio Aylwin. En esas circunstancias el general Augusto Pinochet señaló a la prensa la existencia de un llamado Plan Z.

El primer anuncio lo hizo el coronel Pedro Ewing , el 22 de septiembre de 1973, al denunciar que las fuerzas armadas encontraron en la caja fuerte del subsecretario del Interior, Daniel Vergara, documentos de la Unidad Popular que revelaban los detalles de un golpe de estado. El columnista de El Mercurio Alvaro Puga, que se desempeñaba en el Comando Operativo de las Fuerzas Armadas (COFA), señala que los documentos llegaron a sus manos el 12 de septiembre. En ellos se contemplaba el asesinato de numerosos oficiales junto a sus familias además de cientos de dirigentes políticos y gremiales. El 30 de octubre fue dado a conocer el “Libro Blanco del Cambio de Gobierno en Chile” preparado por el historiador Gonzalo Vial bajo la estrecha supervisión del Almirante Patricio Carvajal.
En el capítulo dos del libro se reproducen documentos que figuraban en el capturado Plan Z. Los textos no resisten el análisis lógico. En un lenguaje explícito, mas próximo a la propaganda anticomunista que a la terminología izquierdista de la época, se señala crudamente : “Plan de movilizaciones y operaciones para un golpe de estado”. El se debía aplicar en los siguientes casos:
“Z-A: Iniciación de Golpe de Estado para conquistar el PODER TOTAL e imponer LA DICTADURA DEL PROLETARIADO contra la acción de una parte o la totalidad de las FF.AA. apoyada por grupos civiles.”
“Z-B: Muerte de Allende por un atentado”
“Z-C: “Invasión externa”.
¿Cómo hacerlo? En el Libro Blanco se lee: “Será fundamental eliminar físicamente los Altos Mandos y los oficiales Jefes de las unidades de las fuerzas enemigas” ¿Cuándo ejecutarlos? “Simultáneamente, los GAP de la Moneda e Intendencias procederán a dar de baja a los Generales, Almirantes y otros oficiales que estarán reunidos asistiendo a un almuerzo oficial que ofrecerá el Gobierno con motivo del Día del Ejército”. El general (r ) Alejandro Medina Lois estima que además habían 600 líderes civiles de derecha destinados a correr la misma suerte.
Los documentos son presentados como parte de un plan, pero en rigor ni siquiera en el Libro Blanco aparece el Plan Z. Lo que hay son una serie de enunciados de intenciones. Pero no hay ninguna referencia a quienes y cómo, con qué armas, qué medios de transporte y qué jefes ejecutaran las supuestas acciones. Las contradicciones son evidentes. Según el Libro Blanco, Salvador Allende invitaría a los altos mandos de las Fuerzas Armadas a un almuerzo en su casa de Tomás Moro el 19 de septiembre de 1973. En determinado momento, el Presidente se levantaría de la mesa, segundos más tarde, un decena de miristas acribillaría a generales y almirantes en el comedor. Sin embargo, esta fantasiosa denuncia se desvanece sola: la televisión post golpe denunció que en Arica el Plan Z sería ejecutado el 17 de septiembre en la parada preparatoria. Con una masacre de todo un regimiento en el norte por parte de la izquierda, mal podrían haber asistido los comandantes en jefe a un amistoso almuerzo con el gobierno dos días más tarde.
La mayoría de los chilenos dudó desde un comienzo de la existencia del Plan Z. Pero algunos lo creyeron y eso bastó. El temor a ser víctimas de crímenes alevosos perpetrados por los izquierdistas envenenó el alma de militares y civiles. Algunos como el mayor Carlos Herrera Jiménez llegarían a asesinar a decenas de personas. Hablé con Herrera en el regimiento de Telecomunicaciones donde está condenado a perpetuidad. Me explicó que en verdad creyó que “iba a haber una masacre en la parada militar”.
¿Tenía alguna evidencia de ello?
Herrera: “Yo no tuve antecedentes, fue lo que dijo nuestro general que en esa época era el General Carlos Forestier. En 1973 yo era un subteniente de 22 años. El General Forestier en esa época hizo varias reuniones tanto con los oficiales como con todo el personal en las cuales nos arengaba. Yo creo que era una manera de justificar lo que se hizo”.
¿Usted creyó en el Plan Z?
Herrera: “Si, creí rotundamente. Eran tantas las informaciones que daba el mando que no tenía ninguna duda”.
¿Pero si no le mostraron ninguna evidencia concreta por qué creyó?
Herrera: “Es un asunto netamente militar. Los militares creemos firmemente en las palabras de nuestros generales. Ese es el ABC de la vida militar. Lo que dice un General, guste o no, se asemeja mucho a la palabra de Dios”.
Hoy es claro que el Plan Z fue un invento elaborado por un grupo de militares y civiles en el Ministerio de Defensa. Federico Willoughby, primer vocero de la Junta Militar, decidió contarnos la verdad para, en sus palabras, cerrar algunas de las heridas abierta por el gran engaño. A fin de cuentas millares de chilenos fueron torturados e incluso asesinados bajo la acusación de formar parte del inexistente plan.
Federico Willoughby: “Fue una gran maniobra de guerra sicológica. Yo no sabía de la existencia del Plan Z y era funcionario de la Junta de Gobierno y por lo tanto tendría que haber sabido. Cuando ví el Libro Blanco que contiene el Plan Z, no me interesó mirarlo porque reconocí que eran papeles y fotos que había visto con posterioridad al 11 de septiembre en el Ministerio de Defensa. Eran todos los documentos que se habían juntado en todos los allanamientos en las sedes de los partidos políticos en Santiago. Estaban en una pieza llena de fotos de actas de los partidos marxistas. De allí se debe haber seleccionado un material especial…Yo tengo la impresión que la gente encargada de las operaciones de inteligencia discernieron que era conveniente generar un elemento de justificación del pronunciamiento militar para convencer a la población civil que los habían salvado. Entonces se hizo este libro y se produjo incluso un efecto social. Había gente que decía con cierto orgullo: Ah, yo estaba en la lista de los que iban a matar y eso generaba cierto estatus…Este libro, le repito, es producto de una campaña de guerra sicológica”.
Las declaraciones de Willoughby son valiosas. Era claro que el Plan Z era una invención. Pero es la primera vez que un miembro del estrecho círculo que tomó el poder en 1973 lo reconoce públicamente. Hoy treinta años mas tarde figura casi como una anécdota irrelevante. ¿Qué importancia podrían tener algunas mentirillas frente al cúmulo de atrocidades cometidas? Hasta podría pasar por una picardía de la astucia militar.
Nada sería mas erróneo. El Plan Z jugó un papel determinante en la radicalización de los militares y civiles que depusieron al gobierno constitucional. Se impuso la lógica de “ellos o nosotros”. “Ellos” nos iban a matar pero nosotros nos adelantamos y les dimos el trato que nos tenían reservado. Era un pensamiento simple, efectivo y cortaba de raíz la vacilación.
Lo que quizás no pudieron adivinar los arquitectos de la gran mentira fue hasta que punto fueron intoxicados sus propios partidarios. No aquellos civiles dubitativos a quienes se buscaba persuadir de la necesidad imperiosa de hacer tabla rasa de las tradiciones democráticas y del respeto al prójimo. También fueron víctimas los Herrera Jiménez que mataron y torturaron con la convicción que no había otro camino. Es posible que ello explique la gratuita crueldad de fusilamientos reales y ficticios, las violaciones, y toda la electricidad descargada sobre cuerpos indefensos. ¿Cómo entender que militares profesionales asesinen a un civil detenido y luego hagan desaparecer su cuerpo? Y a más de mil de ellos. Una cuota de semejante demencia recae en el Plan Z. Los seres humanos muchas veces actuamos en función de lo que creemos y no de lo que vemos. Un temor puede desquiciar con la misma fuerza sea real o ficticio. Hay quienes han recapacitado. Otros no. Hermógenes Pérez de Arce insiste que el Plan Z existió y hace un par de años sacó una nueva edición del Libro Blanco. Los instigadores intelectuales del odio que derivó en tanto crimen merecen compartir las penas de los ejecutores materiales.
En la realización de un documental para Chilevisión sobre el Plan Z, parte de la serie del programa Septiembre, hablé con decenas de personas que fueron acusadas de haber participado en el “Plan”. Todas sufrieron el calvario de la tortura e innumerables vejaciones. En muchos casos, agotados por el dolor y la angustia de un tormento sin fin, dieron a los verdugos lo que les exigían: la confesión de crímenes imaginarios. También hablé con fiscales y militares. Algunos lamentan hoy los sufrimientos causados y ello exige grandeza de espíritu. Otros no, y eso es comprensible. Es difícil admitir que se ha destruido vidas, cometido abusos de violencia bestial por causas inexistentes.
La mentira nunca es buena. Pero hay mentiras y mentiras. El Plan Z es la mentira más sangrienta y que mayor dolor ha causado en la historia de Chile. Es el momento que quienes insisten en que hubo semejante plan defiendan públicamente sus denuncias. Si no son capaces de hacerlo deben pedir perdón o cubrirse de eterna vergüenza. Nunca más en Chile debe ser tolerada semejante infamia.

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